Saturday, August 25, 2012

Ya no hay sombras...



Ya no hay sombras
ni castillos de cera,
ni remordimientos.
Lejos,
los caballos caídos inventan
una despedida.
Y baila la noche con su cara de ebria,
asustada,
como escapando hacia la nada.
Me basta la sangre para recordarte,
me basta el respiro,
la mirada,
los adióses infinitos,
el exilio.

Como te llamas?
Sí,
quisiera darte un nombre,
para recordarte en el olvido.
Fuí siempre sin margines
y sin promesas,
un marinero en extravío.
No supe perder
o ganar sin reglas,
clandestino
de hora incierta.
Pero ya no tengo alas
ni delirios,
ni cartas para reconciliarme.
Dejé ya todos los nombres.
Como quien se queda esperando.
Y aquí estoy,
siempre yo,
siempre otro
siempre el mismo.
Tratando de encontrar
o de huir,
o de saber,
como un inmortal sin memoria.
Lloraron una vez las paredes,
y los sueños,
y más allá de mi secreto,
encontré a mi mismo,
sentado,
expirando,
cantando a los vecinos.

Me gusta pensar que me pensaron,
que nunca sufrí solo,
pero a veces,
mirando al lado
encontré inmóvil mi soledad sonriente,
y entonces otra vez quise ser recuerdo,
escuchar el teléfono,
despedir la sombra,
ayudar a mi enemigo,
gritar sin eco.

Es triste,
sí,
saberse solo,
saberse lejano,
reconocerse,
inquieto o dormido,
ser una sombra,
o algún quejido,
buscar el llanto transparente.
Saber ser alguien que no he sido.
Y no ser alguien que no he querido.


Daniel Castro A.
Venecia, Italia.
25-08-2012