Todo quedó escrito,
en la piel y la memoria.
Dos miradas
desangrándose,
y una
lengua marchita.
Conocí su
nombre y su muerte,
y el color
de su sangre.
Y por
debajo de la puerta,
entraba en
silencio el silencio.
“No me
quieras”,
me dijo,
“no me
pienses”.
...
¿Pero que
importa?
¿Acariciar
su sexo,
o vivir en
el exilio?
Me dejo
solo.
Sin
pretextos,
sin
abismos,
sin esa
dulce autocondena
que se
inventan los hombres
para vivir
tranquilos.
No me
importa ya,
negarle mis
manos,
negarme su
vientre infinito.
Somos hijos
de la sombra.
Habitantes
del delirio.
Navegantes
en ese mundo fantasmal,
donde una
voz,
(azul
oscuro),
me reunirá
contigo.
Daniel
Castro A.
Venecia, Italia.
Venecia, Italia.
24-08-2012