Después de
500 batallas perdidas
construyo
finalmente una victoria,
descubro en
silencio quien soy yo tras la puerta,
para mí,
para ellos,
para vos,
para quien
pase y me reconosca.
Quien me
espera?
Nunca quise el olvido
pero me
lastimaba el recuerdo.
El no ser
niño.
El no ser
viejo.
El no sér
quizás.
Bebí
atardeceres con los ojos cerrados,
abracé el
mar lejano,
besé
lágrimas con boca de mujer,
me sentí
ausente,
perdido,
encontrado,
y cada vez
que recordaba un nombre
se abría en
mí un universo,
con su más
generoso infinito,
de ciudades
de sonrisas
de rostros
de calles
de vergüenzas
de
verdades.
Hay que
reconocer
que después
de 500 batallas
uno se
siente importante.
Más querido
y más odiado.
Más
reprimido y más libre.
Como un
gigante, o un enano.
Y no importa
si ese sentimiento dura un día,
o una hora
o un café
con su respectivo cigarro,
porque
después de 500 batallas,
aunque sean
todas perdidas,
uno se da
cuenta que,
(les guste
o no)
está vivo.
Daniel Castro A.
Venecia, Italia.
20-09-2012